Un cuerpo nuevo cada diez años
Un ingenioso método para medir la antigüedad de las células, basado en la presencia del carbono 14 en el ADN, demuestra que casi todo el organismo de una persona adulta es capaz de regenerarse casi por completo en un plazo de diez años o incluso menos. El corazón y el cerebro son las grandes excepciones a este estado de eterna juventud.
Hay personas que psicológicamente se sienten mucho más jóvenes que lo que dice su fecha de nacimiento. Y físicamente no les falta razón. Casi todo el cuerpo de una persona adulta tiene en realidad unos diez años de edad, o incluso menos, en virtud de un constante proceso de renovación experimentado con el paso del tiempo. El problema es que algunas partes vitales de nuestro organismo tienen un carácter casi permanente.
Estas mediciones fascinantes, detalladas en un reciente número de la revista «Cell», son obra del doctor Jonas Frisén -un especialista en biología del Instituto Karolinska-, concentrado en el difícil campo de medir la renovación celular, que hasta ahora se había basado en «etiquetar» células con marcadores químicos. Sus cálculos se basan en las múltiples pruebas nucleares realizadas al comienzo de la Guerra Fría, con el consiguiente aumento de los niveles del isótopo carbono 14 en la atmósfera terrestre. Niveles que en 1963 disminuyeron de forma exponencial en todo el mundo al lograrse que estos ensayos nucleares fueran subterráneos.
Reemplazo constante
La tesis del doctor Frisén es que los niveles de carbono 14 en el ADN humano reflejan de manera paralela esos niveles atmosféricos, lo que permite estimar el momento de nacimiento de una nueva célula. La mayoría de las moléculas de una célula son reemplazadas de forma constante, pero no el ADN y su correspondiente carga de carbono 14. En la práctica, este método -tradicionalmente aplicado en arqueología y paleoantropología- es aplicable, de momento, a muestras multicelulares, ya que en células individuales no existen suficientes rastros de carbono 14 como para indicar su edad.
Estas investigaciones han servido, entre otras cosas, para establecer por qué a pesar de la relativa juventud de nuestros cuerpos el comportamiento y personalidad de una persona vienen determinados por su fecha de nacimiento: entre los pocos tipos de células que apenas se renuevan figura la mayor parte del córtex cerebral, materia de color gris implicada en funciones tan complejas como la memoria, la atención, el pensamiento abstracto o el lenguaje. Las únicas excepciones de desarrollo adicional parecen centrarse en el cerebelo y, sobre todo, en aquellas partes relacionadas con el olfato y las memorias inmediatas de rostros y lugares.
En un mundo preocupado por la recuperación de cardiopatías, el equipo del doctor Frisén ha encontrado indicios de que el corazón en su conjunto genera nuevas células, pero todavía no ha podido determinar el ritmo de esa renovación. En términos generales, las partes más expuestas o trabajadas de nuestro cuerpo, como la piel o los glóbulos rojos sometidos a un maratón constante de riego sanguíneo, tienen una longevidad más reducida que otros órganos. Pero, en general, el organismo humano no es precisamente una estructura permanente.
El cerebro, una excepción
Dentro de ese flujo continuo de renovación, las excepciones comprobadas por el doctor Frisén se centran en las neuronas del cortéx cerebral, las células oculares y quizá los músculos cardiacos encargados de propulsar el riego sanguíneo. Para estos cálculos se han utilizado muestras procedentes de más de una docena de cadáveres, la mitad individuos nacidos después de mediados los años sesenta. De hecho, la presencia de carbono 14 en el esmalte dental puede resultar útil desde el punto de vista forense para determinar con bastante precisión la edad de anónimos cadáveres.
A la pregunta inevitable de por qué este comprobado proceso de renovación no es eterno, existen varias respuestas. Algunas teorías insisten en que el ADN acumula mutaciones durante este proceso de cambio y su preciosa información para la vida se ve gradualmente degradada. Otras explicaciones apuntan al ADN de las mitocondrias -las centrales energéticas de las células-, que carecen de mecanismos de autorreparación. Otra hipótesis, respaldada por el doctor Frisén, es que las células madre como fuente de nuevos tejidos para casi todo el organismo humano eventualmente pierden su casi milagrosa efectividad con el paso del tiempo.
Fuente: ABC